Desde el Curso 2018-19 las Primeras Comuniones han venido celebrándose en nuestra Parroquia bajo dos fórmulas, e elección de los padres: la tradicional y colectiva, en la Capilla del Colegio Masaveu, y la que llamamos “nueva fórmula”, en la que los niños visten una capa blanca sobre su ropa de calle (que simboliza la pureza y la Eucaristía), evitando el traje tradicional, y reciben su Primera Comunión, singularmente o de dos en dos, en cualquier Misa parroquial de un domingo entre Pascua y Navidad.
Sin soslayar el realce que merece la ocasión, la celebración forma parte de la Misa Dominical, en la que el niño no es el protagonista ni el sujeto principal, ni los familiares y los invitados están allí como los asistentes a una función escolar o teatral, sino que el niño-a es el invitado a recibir a Cristo en el gran banquete de la Eucaristía, rodeado de su familia, sí, pero también de la Parroquia y en una celebración eucarística parroquial, en la que el niño ya podrá participar, en adelante, como un adulto más.
¿Por qué hemos optado por esta fórmula? Porque nos parece que las celebraciones de la Primera Comunión se están magnificando hasta tal punto que se desvirtúa lo que realmente se está celebrando: que el niño recibe por primera vez el Cuerpo de Cristo. El banquete, las fotos, los regalos, hasta una relativa “competencia” de trajes y vestidos… todo eso hace que se vaya perdiendo la noción de lo que es de verdad importante.
De hecho, basta ver cómo ha ido evolucionando la ropa para la Primera Comunión. A comienzos del siglo XX empezaron estas celebraciones tal como ahora las conocemos, con niñas y niños vestidos de blanco: ellas de vestido largo, como era la moda de entonces, y los niños con el llamado “traje de marinero”, que era el que se estilaba por aquellos años, pero no para recibir la Primera Comunión, sino como traje festivo común de cualquier domingo. Y al terminar la celebración todos desayunaban (tras el ayuno eucarístico) chocolate en los locales parroquiales.
Con el tiempo el vestido de las niñas pasó a ser casi de novia, y el de marinero, usa por ser blanco, pasó a ser de almirante y en azul, perdiendo completamente su simbolismo. Y del chocolate pasamos al banquete de cuasi-boda. Los recordatorios evolucionaron igualmente perdiendo todo sentido, pues si antes eran una estampa eucarística, ahora es la foto del niño o niña sin ninguna relación con Jesús ni la Eucaristía: con un globo, de futbolista, en un columpio o acompañando gnomos…
Para colmo, es tristísimo comprobar que más de la mitad de los niños que reciben la Primera Comunión no vuelven más a la Iglesia, obviamente porque sus padres no los traen. ¿Para qué hicimos todo ese aparato desmesurado de celebración? ¿Para qué tanto esmerarnos en los cantos, los regalos, los ensayos, las ropas…? ¿Dónde quedó la alegría y la fiesta de recibir el Cuerpo de Cristo por primera vez si los padres ya saben que va a ser la última? La Parroquia no está para eso.
Al mismo tiempo, tampoco se nos oculta el enorme gasto económico que suponen esas celebraciones para muchos padres, que pueden ver mermada la alegría de ese día por la preocupación de lo oneroso de la fiesta. La Parroquia ha de hacer algo para liberar a los padres de esa carga, a la Iglesia de ese despropósito y a los niños de llevarles a una celebración que ha perdido su verdadero sentido.
Hay que ir a lo esencial. Simplifiquemos pues. Volvamos a la sencillez. Así ganaremos en sinceridad, autenticidad, sentido y alegría. Poco a poco es necesario ir por este camino. Y en nuestra parroquia ya lo hemos iniciado.
Este plan, iniciado en 2019, establecía que la “nueva fórmula” sería la única para todos los niños de la Parroquia a partir de 2022. Pero la pandemia hizo que la adelantáramos a 2021.
También hemos optado por no permitir la asistencia de fotógrafos profesionales, porque supondrían un continuo trastorno en tan elevado número de misas con esta celebración.